Pocos o casi ninguno de los que gritan o animan desde la grada alta saben que es su primer día. Su debut como árbitro, el de Darío García Ibáñez. Es tan novato como los prebenjamines que va a pitar, los del Tierno Galván y los del Laguna.
«¡Se le ha caído la moneda!», gritan sus compañeros al observar desde la grada el sorteo del campo. Al lado de Darío está Víctor, árbitro con experiencia y juventud del Comité vallisoletano. En el anterior encuentro, Víctor ha arbitrado y Darío ha hecho de cronometrador. Ahora es el turno del novato. Víctor le ata firmemente el silbato a la muñeca y le da las últimas instrucciones: «¡Señala bien las bandas, que nos conocemos!», le dice.
Todo transcurre con normalidad, los pequeños futbolistas son tan inocentes y apasionados en su juego como el árbitro en sus actos. Todo corazón. Desde la grada, algunos padres gritan con timidez contra él. Continúan sin saber que es su primer día.
«Me he encontrado muy nervioso, se me ha olvidado alguna vez contar los cuatro segundos», nos confiesa Darío en el descanso. Nos hemos metido con él en el vestuario, allí está Pedro, su profesor. Le hace alguna recomendación: «¡Corre lateral, Darío, corre lateral!» Darío asiente con la cabeza e intenta tranquilizarse. «Desde abajo no se oye nada de lo que se dice en las gradas, te abstraes», nos cuenta el árbitro que lleva casi dos meses preparándose para este día; arañando horas de estudio y de ocio para vestirse de árbitro. Pedro también le ha recordado que a medida que avance en el Comité tendrá que llevar todas las camisetas posibles a los encuentros, por cuestión de los «colores» y la no coincidencia con los equipos. Incluso le hace un pequeño examen: «Si sólo tuviera la camiseta negra y azul y los equipos vistiesen de este u otro color, ¿cuál me tendría que poner?» … «¡La verde!»
Comienza el segundo tiempo y todo continúa perfecto. Darío parece más tranquilo y los segundos van pasando. El equipo local gana sin problemas y los niños disfrutan con el balón. Transcurren los 20 minutos y el árbitro señala el final pero no lo hace con los tres pitidos que marca la nueva reglamentación; Pedro se lo recordará. Darío regresa al vestuario y parece que le han quitado un peso de encima. Está contento.
Comenta las jugadas del encuentro con su compañero y profesor y recoge su maletín. Lleva todo lo que puede hacerle falta, lo imaginable y lo inimaginable: dos silbatos por si acaso, el reglamento, las tarjetas, las acumulativas… una agenda con teléfonos de urgencia: «Nos lo han recomendado en el curso», nos revela Darío. Salimos con él fuera del pabellón. Los padres y aficionados siguen ignorando que hoy era su primer día. Pero ya no, ya es árbitro.
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